Está tan de moda desintoxicar. Se promocionan ayunos extremos y batidos que reemplazan comidas para bajar varios kilos y hay paquetes depurativos en exóticos wellness resorts para mejorar el aspecto de la piel y el pelo. Pero independiente de si resultan o no, esas estrategias de belleza tienen sentido porque existe un problema de fondo: el estilo de vida y la alimentación modernas nos tienen intoxicados.
Por Bárbara Riedemann / Ilustración: Manuel Córdova
Cuando la cantante Beyoncé Knowles confesó en 2006 ante los millones de televidentes que sintonizan el programa de Oprah Winfrey que perdió 9 kilos en menos de dos semanas con una dieta detox, de inmediato el mágico brebaje y los cientos de libros sobre el tema se convirtieron en súper ventas. Se trataba del Master Cleanse –limpieza maestra–, una de las múltiples versiones de una de las más célebres dietas de desintoxicación, también conocida como la dieta del limón o del sirope de arce: un ayuno de 10 días durante los cuales solo puede tomarse una mezcla de jugo de limón y sirope con agua. El mismo efecto se replicó cuando en 2008 la actriz Gwyneth Paltrow posteó en su blog www.goop.com las bondades de Clean, un programa de 3 semanas que reglamenta consumir una comida sólida al día y reemplazar las demás por batidos ricos en proteínas y minerales elaborados por el doctor Alejandro Junger, gurú del detox de quien también son confesas devotas la actriz Demi Moore y la diseñadora Donna Karan, entre muchas otras celebridades de Hollywood que afirman vivir cambios sorprendentes tras “la limpieza”.
Existen muchísimas otras dietas detox. Algunas se basan en ayunos solo con agua, infusiones o caldos; jugos de frutas y verduras varias o de un solo tipo. Otras son monodietas que admiten comer una misma fruta o pequeñas cantidades de vegetales y semillas. El común denominador es que todas son bajas en calorías y restringen la ingesta de alimentos procesados y grasas animales. Ni hablar del alcohol, café y tabaco. El objetivo es expulsar del organismo las toxinas contenidas en la comida y en el ambiente, que al acumularse provocan dolencias como estreñimiento, hinchazón, fatiga y mal dormir. Incluso son desencadenantes de enfermedades modernas como obesidad, diabetes y cáncer. ¡Ah! Y de paso, también se consigue bajar de peso.
TOXINAS Y MÁS TOXINAS
Las toxinas son sustancias químicas que alteran el normal funcionamiento del organismo. Pueden ser exógenas y provenir de distintas fuentes. La principal es la comida y, particularmente, los aditivos presentes en los productos procesados, donde entra una larga lista de colorantes, preservantes, emulsionantes, aumentadores del gusto y edulcorantes como el jarabe de maíz de alta fructosa –típico endulzante de las bebidas–, entre muchos otros.
Tampoco están exentas las frutas y verduras, que contienen pesticidas; las carnes industriales cuyos animales son criados con hormonas y antibióticos y a los que luego añaden preservantes para su mantención. Incluso los pescados, que al nadar en aguas contaminadas acarrean metales pesados como plomo y mercurio. Además, la preparación de alimentos cocinados con fuentes de calor, como las frituras –donde entra todo el espectro de la comida chatarra– hace que se produzcan una serie de reacciones químicas que solo aportan grasas saturadas a la dieta. En otras palabras: toxinas.
“La mejor manera de determinar el nivel de sobrecarga de toxinas de una persona es a través de sus hábitos: lo que come, si fuma, si bebe y si hace ejercicios”, dice el doctor Cristóbal Carrasco, especialista en homotoxicología.
Otras fuentes de moléculas tóxicas son el alcohol, el tabaco, el café, medicamentos y productos cosméticos. Factores ambientales como los gases de la polución también entran en esta categoría.
Además, las toxinas pueden ser endógenas, como aquellas sustancias interiores orgánicas que se producen por el estrés, los elementos de desecho eliminados por las bacterias de nuestros intestinos e incluso el CO2 que generamos al respirar.
Todo este batallón de sustancias tóxicas al que por años estamos expuestos penetra al torrente sanguíneo y son, en su mayoría, liposolubles. “Es difícil para el cuerpo lidiar con estas moléculas, pues los mecanismos para eliminarlas son a través del agua, como el sudor, heces y orina. Como defensa, el cuerpo rodea a estas moléculas tóxicas de grasa o ellas se alojan en tejidos grasosos como mamas, intestinos y próstata, que es donde se generan una serie de reacciones inflamatorias que pueden desencadenar en enfermedades autoinmunes, alergias, artritis e incluso cáncer”, explica Cristóbal Carrasco, médico especialista en homotoxicología del centro de medicina integrativa Casa Fen. “Al detectar toxinas, el cuerpo retiene y genera grasa, de ahí que estas tengan gran incidencia en enfermedades como la diabetes y la obesidad”, agrega Nelba Villagrán, nutricionista de la Universidad de Chile, especialista en terapia ortomolecular.
“En estas últimas décadas la industria de la alimentación ha cambiado a pasos agigantados, más que en muchos siglos. Que los niños hoy sufran trastornos de déficit atencional no tiene que ver con el azúcar, sino con los colorantes de los alimentos que consumen, que son altamente inflamatorios”, asevera el doctor Carrasco.
Desde el punto de vista de las toxinas que acarrean los alimentos, los especialistas señalan que es un error privilegiar su aporte nutricional por sobre su grado de toxicidad. “Si yo tengo una visión del alimento como nutriente, le voy a recomendar a una embarazada que coma panita porque es rica en hierro. Pero si a ese animal le han dado antibióticos y hormonas para crecer –y es en la panita donde se depuran esos químicos–, voy a poner en la balanza el aporte de nutrientes versus el de tóxicos y puedo considerar que ese alimento no es saludable. Lo mismo sucede con los pescados que nadan en aguas contaminadas y están llenos de metales pesados. Ahí me pregunto: ¿qué es más importante, el aporte de omega 3 y proteínas o el de mercurio y de plomo?”, argumenta Nelba Villagrán, quien agrega que en Chile no hay evidencia seria y estandarizada sobre metales pesados contenidos en los pescados de nuestras costas. “Solo por lógica sé que los pescados de la corriente de Humboldt, como la merluza austral, son más inocuos. Y esa misma lógica me dice que aquellos del norte puede que contengan metales pesados por las faenas mineras”, reflexiona, mientras sugiere complementar el aporte de omega 3 de los pescados, reduciendo su consumo y aumentando el de chía, fuente vegetal rica en este ácido graso esencial.
El cuerpo es perfectamente capaz de eliminar las toxinas. Es un proceso natural. Pero para que esto suceda se requiere de los minerales, vitaminas y antioxidantes que provienen del mundo vegetal. Si la dieta es pobre en frutas y verduras, difícilmente el organismo podrá cumplir sus funciones depurativas.
A todo esto, se suman otros agravantes tóxicos, como aquellos contenidos en los sartenes de teflón y ollas de aluminio. O como el BPA o bisfenol A contenido en el plástico de envases, botellas y mamaderas, que actúa como una hormona imitando al estrógeno y que, tras ser evaluado en 2008 por el Programa Nacional de Toxicología de Estados Unidos (NTP), se denunció su incidencia en el cáncer de mama y de próstata, además de un desbalance hormonal que puede retardar la pubertad y alterar el sistema inmunológico. Esto ocurre porque al calentar alimentos en su envase plástico el BPA migra hacia la comida y pasa al organismo. Al respecto, la FDA señaló que los elementos disponibles en el mercado que contienen este compuesto son seguros. En Chile, en el Reglamento Sanitario de los Alimentos (DL 977, 1996), en relación a los envases (artículos 122 al 126) se indica que estos “no deben tener sustancias tóxicas”, pero no se menciona al BPA específicamente. “Si uno calienta la comida en el microondas en un envase plástico, de seguro estará ingiriendo solo toxinas”, asegura Villagrán.
BARRER CON LAS TOXINAS
Antes de generar una enfermedad mayor hay síntomas que denotan una sobrecarga de toxinas en el organismo. “Existen pacientes que presentan estitiquez, insomnio, hinchazón, cefaleas o dolores de cabeza, ganancia de peso corporal, lesiones en la piel, caída del cabello y no encuentran un diagnóstico”, explica la doctora cubana Yaisy Picrin, especialista en Ciencias de la Nutrición del INTA. “Es aquí cuando lo más probable es que exista una sobrecarga de toxinas”, agrega. A su consulta llegan principalmente personas con sobrepeso y obesidad. Tras un mineralograma a través del pelo, sangre u orina, mide la concentración de metales pesados, nutrientes y minerales. Con esos resultados comienza un método que, además de una dieta a base de verduras, cereales integrales y semillas, implica terapias de quelación, en la que se inyectan de forma endovenosa sustancias químicas que eliminan las toxinas a través de la orina y las fecas y algunas veces combina hidroterapia en la que se infiltra vía rectal agua purificada para limpiar el colon.
Sin embargo, el llamado de los especialistas está enfocado en la prevención. “No se trata de hacerse un examen. Solo de escuchar al cuerpo. Las toxinas se van acumulando por años. Primero en la célula, en el espacio extracelular, luego en el tejido del órgano y después en todo el sistema”, dice el doctor Carrasco. Y agrega: “La mejor manera de determinar el nivel de sobrecarga de toxinas es a través de los hábitos de la persona: principalmente por lo que come, si fuma, bebe y si hace ejercicios. Por eso, cada médico, de cualquier especialidad, lo primero que debería preguntarle a su paciente es sobre su estilo de vida. Uno mismo puede hacer un autoexamen y determinar qué cantidad de frutas y verduras estamos comiendo, cuánto fumamos y bebemos, y qué tan estresados estamos”, afirma.
Pero, ¿no es el cuerpo capaz de autodesintoxicarse por sí solo? “En condiciones normales el organismo es perfectamente capaz de eliminar las toxinas. Es un proceso natural. Y lo hace a través del hígado, que las neutraliza; el sistema linfático, que las moviliza, y los riñones, que las drenan y expulsan. Además de los pulmones y la piel, que también son parte de este sistema. Pero cuando la sobrecarga es importante y prolongada, las toxinas se acumulan superando la capacidad del organismo de limpiarse, lo que produce enfermedades degenerativas”, explica el doctor Carrasco.
“Se le llama biotransformación al proceso en que el organismo –a través de enzimas específicas– transforma las moléculas nefastas para ser eliminadas. Y eso no ocurre de la misma manera en todas las personas porque hay una individualidad bioquímica. Una persona que solo se alimenta mal y otra que padece cáncer necesitarán terapias depurativas distintas”, explica Villagrán. Y agrega: “Sucede que para que se produzca la desintoxicación, esas enzimas requieren de coenzimas como minerales, vitaminas y antioxidantes que provienen del mundo vegetal: frutas, verduras, hierbas, plantas, algas, granos y semillas. Si la dieta es pobre en estos elementos, difícilmente el organismo podrá cumplir por sí solo sus funciones depurativas y lo más probable es que tienda a enfermarse”.
Si se trata de comer solo frutas, verduras, granos y semillas, ¿cómo hacerlo si aquellas dispuestas para el consumo masivo acarrean pesticidas y otros tóxicos? “Lo ideal sería comer orgánico, pero es un costo que no todos pueden asumir. Aconsejo lavar la fruta bajo el chorro de agua caliente de la llave y refregar con una esponja y un poco de detergente neutro. Enjuagar muy bien. Con esto se elimina cerca de 80% del residuo químico presente en la cáscara, que es donde justo están los fitoquímicos o antioxidantes. No se elimina del todo, pero se reduce”, sugiere Villagrán.
INDUSTRIA DE LA LIMPIEZA
En el sistema de vida moderno, estresado y tóxico, la industria detox y el área de la dietética ha visto una oportunidad y ha generado una serie de programas y productos depurativos y ricos en antioxidantes que prometen combatir y revertir los efectos de las toxinas. También ha generado un nuevo concepto: el wellness y la limpieza interna.
“Esto proviene de sociedades sedentarias como la de Estados Unidos, que ha instaurado la cultura de lo portable: eso de andar con el vaso de café todo el día o comer un snack al paso, genera malos hábitos. Es aquí donde la industria ve una oportunidad de negocios y se concentra en la correcta alimentación o el estreñimiento –que son problemas médicos–, inventando eufemismos como ‘tránsito lento’. Pero lo que importa es que aunque nace como un plan de negocios, igual va generando conciencia en la salud de los consumidores”, explica Cristián Leporati, director de la Escuela de Publicidad de la UDP.
Según un estudio realizado en 2010 por SRI International (Standford Research Institute), organización especialista en estudios de mercado, la industria de la alimentación sana, nutrición y pérdida de peso representa 276,5 billones de dólares a nivel global, solo una porción de la torta que comparte con otras categorías como la de la belleza y antiaging (679 billones de dólares) y la del fitness & mind-body (390 billones), que junto a otras pertenecen a una industria aún mayor: la del wellness, que se estima en 2 trillones de dólares en todo el mundo.
Fue en la década de los 70 que se integró al léxico la palabra wellness, concepto que se refiere a una visión integradora de la salud. “El fenómeno se gesta con los yoguis, veganos, esotéricos y otras corrientes basadas en milenarias culturas de Oriente, que surgen en California en esa década, y que engloba la idea de que el bienestar se alcanza cuando una persona está en armonía con su lado espiritual, físico y mental y que cada individuo se hace cargo por su propia salud”, dice Vicente Valjalo, sicólogo y publicista académico de la carrera de Publicidad de la PUC. Y agrega: “Pero no fue sino hasta los 90 que el fenómeno del wellness se gestó con más fuerza, cuando la Escuela de Medicina de Harvard comenzó a tener una visión holística del ser humano, en la que la salud se vinculó con la nutrición, el estilo y la calidad de vida de las personas”.
Lo anterior sirvió para cimentar la industria detox, en la que muchos médicos respaldan sus principios, convirtiéndose en verdaderas celebridades con delantal blanco. Es el caso del doctor uruguayo radicado en Los Angeles, Alejandro Junger, quien a través de su sitio www.cleanprogram.com propone un sistema de 21 días para resetear el sistema digestivo, al cual se accede comprando por 425 dólares –más gastos de envío– un kit con sachets que incluyen fórmulas para batidos, suplementos alimenticios, probióticos y un manual con recetas para el paso a paso de la depuración. Como él, hay muchos otros que han impulsado el despegue de la industria que prometen resultados, por lo general comprando productos que solo se venden en los sitios web de cada especialista. La paradoja radica en que estas dietas detox aducen que las toxinas provienen en su mayoría de cualquier alimento procesado. Pero, ¿acaso estos batidos carecen de todo tipo de toxinas?
“Al detectar toxinas, el cuerpo retiene y genera grasa, de ahí que estas tengan gran incidencia en enfermedades como la diabetes y la obesidad”, señala la nutricionista Nelba Villagrán.
A la lucrativa industria de la limpieza se suman, además, los detox retreats, lujosos recintos ubicados en lugares tan exóticos como paradisíacas islas de Filipinas, los Alpes suizos o en las montañas del Himalaya, que brindan una experiencia renovadora: para quedar como nuevo. De todos, el Canyon Ranch, ubicado en Tucson, Arizona, fue el pionero en instalar la tendencia de los wellness resorts cuando en 1979 sus fundadores abrieron sus puertas con el fin de ofrecer un lugar de relajo, ejercicio y espiritualidad. Todo a la vez. Lo que partió como un proyecto new age, rápidamente se transformó en el santuario de los más acaudalados y hoy cuenta con cinco sucursales, incluso una a bordo del Queen Mary 2. Por mil dólares la noche, la promesa es renacer en cuerpo y alma, siempre y cuando se sigan al pie de la letra sus programas de desintoxicación –que van desde los cuatro días–, que incluyen jornadas de meditación y yoga, hidroterapia –infiltración vía rectal de agua purificada para limpiar los intestinos–, masajes de relajación, compresas de barro, caminatas a pie descalzo sobre el rocío del pasto en la madrugada, dormir en sábanas ciento por ciento de seda y menús personalizados a base de frutas y vegetales orgánicos. Para que el cambio sea más completo y radical, se puede comprar el libro de cocina para replicar las recetas en casa, los DVDs de yoga, usar su línea de cremas para el cuidado de la piel y sus multivitamínicos y antioxidantes para suplementar la dieta. La premisa de todos ellos es: para renovarse, hay que limpiarse primero.
LA FÓRMULA LIMPIADORA
Independiente de los millones de productos que la industria vende con la promesa de la desintoxicación, los expertos en nutrición concuerdan que no hay una dieta tipo que todos puedan seguir. “Se debe revisar el historial de cada persona y, a partir de ello, elaborar un plan, que no tiene ningún sentido si no se acompaña con un cambio posterior en los hábitos alimenticios”, dice el doctor Carrasco. “Y es aquí cuando las calorías son las menos importantes. Lo mejor para desintoxicarse es seguir una dieta rica en frutas, vegetales, semillas y granos que cubran al menos 80% de la alimentación diaria. Le digo a mis pacientes: en lugar de comprar puré deshidratado, compre papas; en lugar de duraznos en conserva, que sean naturales. Son pequeños hábitos que implican un cambio mayor y mucho más profundo. Porque al final, la salud no es responsabilidad ni de los médicos, ni de las instituciones. Es responsabilidad de cada uno de nosotros”, dice Nelba Villagrán.
* Detractores del detox
Hay voces que cuestionan los efectos de los ayunos detox y alertan sobre sus prácticas. “El cuerpo está perfectamente equipado para eliminar toxinas sin ponerse en modalidad ‘detox’. De hecho, lo realiza naturalmente cada noche a través del ayuno fisiológico. Por eso la importancia de dormir ocho horas, tiempo durante el cual el organismo se repara y limpia por sí solo”, argumenta vía mail David Bender, profesor de Bioquímica Nutricional de la London College University, quien recientemente publicó el ensayo The detox delusion. “Nuestro organismo trabaja por años durante el día y la noche para eliminar toxinas, creando reacciones químicas altamente complejas para disolver las sustancias que no necesita. La idea de que hay tóxinas en nuestro cuerpo esperando ser removidas por carísimas dietas detox no tiene ningún sentido, ni tampoco fundamentos científicos”, explica Bender a Paula.
En esa misma línea, Karen Salvo, nutrióloga de la Clínica Alemana, argumenta que “someter al cuerpo a largos periodos sin alimento no hace más que estresarlo y enlentecer su metabolismo. Un cuerpo sano puede resistir un ayuno de un día sin ninguna repercusión. Pero aquellos de larga duración pueden provocar déficits nutricionales. Al ayunar, el metabolismo se enlentece y el cuerpo está forzado a tomar la energía de reserva y por eso se pierde peso. Esta energía la toma de la masa muscular y no de la grasa. Cuando se vuelve a la dieta común, el metabolismo está bajo y el cuerpo quema menos calorías, ya que las guarda en forma de grasa como medida de precaución por si hay otro periodo de ayuno. Esto implica que el peso se recuperará de inmediato e incluso se pueda subir más”.
Años de mala alimentación jamás desaparecerán con un ayuno de un par de días”, agrega la nutrióloga María José Mackenna, de Clínica Santa María.
* Vivencial: 10 días de ayuno
Dos periodistas de Paula se sometieron al ayuno detox de moda: el de sirope de savia de arce, que se mezcla con jugo de limón y pimienta de Cayena, disueltos en dos litros de agua. Ese fue su único alimento por diez días. Aquí su experiencia.
Bárbara Riedemann, 30 años
“Acabo de cumplir 30 años y resolví que el cambio de folio era perfecto para una renovación de shock que me sirviera como impulso para emprender las décadas venideras con hábitos más saludables. Me entusiasmé. Me convencí de que durante 10 días iba a ser capaz de eliminar años de mal comer. Mi objetivo era conseguir un completo reseteo. Totalmente mentalizada, comencé el ayuno del sirope de savia de arce, un brebaje que encontré de exquisito sabor. Cero hambre, cero fatiga, cero frío, cero dolor de cabeza. Ni siquiera ansiedad. Al cuarto día sentí cómo latía mi corazón y cómo se movían mis tripas. Nunca escuché más a mi cuerpo, una sensación que me agradó muchísimo. A la mañana siguiente desperté súper angustiada: había soñado que me comía un pan con queso y me sentía culpable por haber roto mi compromiso purificador. Alivio. Fue solo una pesadilla.
El quinto día fue el peor de todos. No tenía hambre, pero sí unas ganas tremendas de mascar algo. Era justo un domingo, día que tengo asociado a estar tendida en la cama mirando una película y picoteando quesos. Para evitar esa ansiedad y mantenerme ocupada, hice aseo profundo con la esperanza de que mi organismo estuviera haciendo exactamente lo mismo conmigo. Pero me fui a dormir y volví a despertar con culpa. Esta vez me comía un paquete de estrellitas, un cereal que me encanta y del que soy consciente, está hecho de pura azúcar. Era un mal sueño. Aunque mi subconsciente tenía ganas de comer, yo seguía sin hambre.
Recién al octavo día me sentí liviana, muy liviana. No experimenté ningún otro cambio físico. Ni mi piel ni mi pelo se pusieron más brillantes, pero me sentía bien con la imagen que devolvía el espejo. Décimo día: sobreviví estoica al proceso de limpieza. Bajé solo cuatro kilos, que se mantuvieron intactos hasta una semana después en que ya había recuperado dos kilos. Y ahora estoy igual que cuando comencé. Aunque no sufrí haciendo este detox, dudo que lo volvería hacer. ¿Para qué? Confieso que tenía la esperanza de que esto iba a hacer realmente un cambio de switch en mis hábitos, pero bueno, nunca he creído en los milagros. Lo único que puedo decir es que de nada sirve haber gastado las 60 lucas que invertí en el sirope si esto no hubiese venido acompañado de una internalización profunda por querer renovar mi estilo de vida. Me rehúso a dejar de fumar. Sin embargo, he comprendido que no hay nada mejor que controlar lo que uno come. Si mi cuerpo es un edificio, debo construirlo con los mejores materiales. Y en esta construcción están vetadas las bebidas y frituras. Pretendo abandonar las estrellitas. Al menos es un comienzo”.
Sofía Aldea, 27 años
“Decidí hacer el ayuno por primera vez en abril de este año, cuando una amiga me habló del sirope de savia. Parecía ser perfecto: si lo tomabas por 10 días depurabas tu organismo, aumentaba tu concentración, se te ponía brillante el pelo y la piel y, de pasada, podías adelgazar hasta 7 kilos en un plazo de 16 días (son tres días de entrada y tres de salida). La teoría es sencilla: la saturación y el estrés del mundo occidental también se ven reflejados en nuestra alimentación y en la importancia que se le da a comer permanentemente. Darle un respiro al cuerpo es una manera de limpiar la máquina para que luego, sin toxinas, pueda empezar de nuevo con más energía.
Sería poner a prueba no solo a mi cuerpo, sino a mi autocontrol, a mi cabeza. Llevaba algún tiempo comiendo mucha chatarra, estaba seca para los productos envasados y había visto cómo habían generado una suerte de adicción en mí. Así que compré el kit y decidí hacerlo. La preparación antes de partir ayunando consta de tres días comiendo frutas y verduras, después solo fruta y jugos naturales y luego solo jugos, respectivamente. Esos tres días no tuve ningún problema y no pasé hambre. Cuando partí me cargó el sabor del sirope, es una mezcla entre dulce, ácida y amarga. Me daba asco. Pero intercalé los vasos de sirope con mucha agua para que pasara más fácil.
Dejar la bebida –tomo mucha coca cola light– fue lo que más me costó. Y si bien el primer día tuve un poco de dolor de cabeza, había leído que era normal así que no me asusté. Los días siguientes me fui sintiendo cada vez mejor y noté cambios positivos: estaba consciente como nunca de mi cuerpo y fui viendo cómo cambiaba mi piel, mi pelo y mi peso. La concentración que tenía era increíble. Nunca dejé los panoramas por el ayuno. Si tenía alguna comida o cumpleaños, llevaba mi botella. Descubrí que la mejor manera de consumirlo era sentarme con medio litro en cada una de las cuatro comidas. Entendí que por un tiempo ese sería mi alimento. Los últimos tres días fueron los peores. Tenía muchas ganas de comer. Pero tenía ganas de mascar una fruta o una ensalada. Había cambiado el chip. En 16 días bajé siete kilos y mi piel y pelo estaban brillantes como nunca. Al volver a comer, recuperé parte del peso perdido. Lecciones: no comer en exceso –o en este caso no comer nada– te da más energía y lucidez. Y si lo que buscas es bajar de peso este no es el camino porque tiene que ir acompañado de un cambio real en la alimentación. En septiembre volví a hacerlo. No sufrí ningún día, no me dolió la cabeza. A muchos ayunar les perece peligroso, mientras otros lo ven como algo indispensable para mantenerse sano. Yo no sé qué creer, pero sí sé que esos 16 días me permitieron estar consciente de mi cuerpo como nunca antes”.
Fuente: Paula 1133. Sábado 26 de octubre de 2013.